domingo, 31 de octubre de 2010

Basílica de Santo Domingo

La orden de los Dominicos está entre las primeras que llegaron a la ciudad de Mendoza con los frailes Rengilfo y Antonio Pérez en 1563. Estos comienzan la construcción del edificio bajo la advoación de Santo Domingo Soriano, pero sólo a fines del siglo XVI va a ser provista de religiosa.
La primera edificación de Santo Domingo se realizó en la cuadra comprendida entre las actuales calle F. Moreno, Beltrán, Salta y Chacabuco, a espaldas del actual.
Esta primer edificio era una edificación de ladrillos y argamasa y se terminó bajo los gobiernos de Alejo Mallea y Pedro Pascual Segura, dos hombres relacionados con la orden. Ese predio sirvió desde 1814 a 1816 como cuartel de caballería en la época de la preparación del Ejército de los Andes.
Esta iglesia fue una construcción que la naturaleza se empeñó en probar. Primero se incendió el 26 de diciembre de 1843. En ese momento tuvieron que reconstruirla casi por completo.
En 1855 el nuevo templo relucía en el mismo sitio que el primero. Pero, sólo seis años después, el terremoto de 1861 lo destruyó. Murieron siete de los nueve dominicos, incluso el prior. En 1869 se inauguraron la nueva iglesia y el convento, esta vez su fachada mirando hacia la actual calle Beltrán.
La recuperación de los dominicos fue muy notable. Ellos terminaron la obra cuando prácticamente ninguna otra orden se había restablecido de esta forma.
Pero el destino tenía preparado más reveses para estos religiosos. Durante la actuación del Prior Moisés Burela tuvieron lugar estas obras que debieron soportar defectos de construcción como el peso de las dos torres que fueron demolidas en 1876 para dar paso más adelante a otras más livianas de madera.
Las nuevas torres, colocadas en 1880, no pasaron de ese año. Una tempestad literalmente las voló. La iglesia, con el convento a su costado terminó con una sola torre en el medio de su frente. Que también fue puesta a prueba en 1917 cuando otro sismo obligó a reducir su altura.
El edificio fue totalmente reconstruído con elementos contemporáneos en 1950, otra cambiando su dirección hacia el actual, sobre calle Salta.
En el atrio fue colocado el único monumento dedicado a los fallecidos del terremoto de 1861. Se trata de una urna en piedra que contiene los restos de víctimas halladas durante la limpieza del área donde se hallaba el templo de San Agustín. Fueron colocadas a finales de la década del '50.
El templo es de tres naves, de decoración sencilla y sobria. Sobre el altar mayor se observa la imagen de la Virgen del Rosario, patrona de Mendoza y sobreviviente del terremoto de 1861.

                               

                                                 Fachada del templo

                                                Monumento a los muertos por el terremoto de 1861

                   
             

                              
                                               Claustro del convento


miércoles, 6 de octubre de 2010

Ruinas de "San Francisco"

           

La historia del conjunto mendocino hoy conocido como Ruinas de San Francisco
nació dentro de la rápida expansión que la orden jesuítica tuvo en Sudamérica a inicios del siglo XVII, precisamente en el momento en que fue dividido el territorio bajo su jurisdicción en dos grandes provincias, con sedes en Lima y en Asunción respectivamente. Fue su  fundador uno de los gestores de ese gran proyecto, el padre Diego de Torres Bollo, a su vez encargado de organizar la nueva Provincia del Paraguay y como parte de ese complejo proceso reorganizativo y de ampliación de áreas de acción es que fundó el conjunto de Mendoza.

Esto sucedió en 1608 y los jesuitas aprovecharon “unas casas con sus huertas que
están edificadas en una cuadra entera”, donadas por Ana de Carvajal, la esposa del capitán encomendero Lope de Peña, quienes pertenecían al grupo de fundadores de la ciudad. El valor aproximado del terreno y construcciones fue de $ 4800. En 1611 comenzaron a construir su propio edificio y en 1614 se solicitó a Roma que  permitiera levantar una casa especial para ser usada como colegio –que al parecer ya funcionaba como tal desde 1609-, el que fue inaugurado al llegar el permiso, tras años de tramitaciones, en 1617, con el nombre de la Inmaculada Concepción, siendo su primer rector el padre Diosdado. La primera capilla fue encomendada a la Virgen de Loreto.

Esta primera casa debió tratarse de algo modesto, simple, hecho de paredes de tapia sobre cimientos de piedra y techos de paja, lo que se fue mejorando muy lentamente, palabra que también aparece constantemente: mejorando. Al finalizarla era una construcción de cimientos de piedra, pisos de baldosas cerámicas, paredes de gruesa tapia y techo de tejas, incluso con alguna decoración hecha de argamasa, tal como la arqueología sí ha logrado demostrar.

En 1645 los jesuitas inauguraron un nuevo edificio para la iglesia, que estuvo en pie hasta 1716, gracias a los conocimientos de arquitectura del padre Chaparro, avezado en eseoficio y quien fue rector del colegio entre 1636 y 1640 cuando falleció.Es imposible saber si esta segunda casa o primer iglesia, o cono se prefiera llamarla, fue también ampliación de lo preexistente o construcción a nuevo.

Este conjunto fue seriamente dañado por un aluvión en 1716, lo que era un problema habitual en ese sector de la ciudad, por lo que  llevó a los jesuitas a construir el conjunto monumental inaugurado en 1731 que básicamente es el que se estuvo excavando ultimamente y el cual usaron hasta la expulsión en 1767.  Lo descubierto nos permite suponer que en realidad no se destruyó en el proceso de construcción todo lo existente para hacerlo a nuevo sino que se lo aprovechó en lo posible, en especial como relleno para levantar el piso y evitar nuevas inundaciones. Esta iglesia y la anterior fueron dedicadas a Nuestra Señora de Loreto.
Tras la expulsión de los jesuitas el complejo edilicio quedó vacío por muchos años
y en ese período se produjo el terremoto de Santa Rita, el 22 de mayo de 1782. Según un documento de la época  dice que la iglesia “se rajó en varias partes y principalmente en la media naranja y farol que cierra la torre del campanario, el que quedó desde aquel acontecimiento bastante inclinado”. Y más aún una carta del obispo de Santiago decía que para la misa “se ha habilitado para ello en su iglesia, que estaba abandonada por lo ruinoso de su cúpula, una de sus naves”.
Las reparaciones en la cúpula ya son imposibles de estudiar materialmente; pero debemos asumir que en gran medida, lo sucedido en ese primer temblor fue el motivo de que el colapso de 1861 fuera más grave de lo que hubiera podido haber sido sin ese antecedente.

El traspaso del edificio de la iglesia tras la expulsión, a los franciscanos, no fue fácil y como había otros pedidos la lucha parecería haber sido compleja y con intervención del poder político virreinal: lo habían solicitado también las monjas de la Compañía de María y los Betlemitas, y parte ya estaba ocupado por el ejército. La decisión se tomó en marzo de 1798 tras trasladar al ejército el edificio que dejaban a su vez los franciscanos; las obras de refacción las llevaron a cabo los arquitectos catalanes residentes allí, Ramón y Jaime Roquer y debieron llevar mucho tiempo, ya que la segunda torre fue recién completada en el siglo XIX y poco antes del terremoto de 1861.

El conjunto difinitivo y hasta 1861  estaba formado por la iglesia –de poco más de 50 por 20 varas- con tres naves paralelas, la mayor cubierta por nave de cañón corrido y las laterales con pequeñas bóvedas, un atrio y sacristía; a su lado se desarrollaba el claustro del Colegio formado por el gran patio rodeado por galerías tachadas  sostenidas por pilares. Tras el patio estaba el refectorio, una acequia cruzaba el terreno de este a oeste, y en el lado norte había un grupo de cuartos donde residían los “indios amigos”, y que luego sirvió de alojamiento para el ejército.

La iglesia tenía un altar principal de madera tallada, sin dorar, con seis columnas salomónicas, su pedestal y remate. Nicho de Nuestra Señora y sagrario, en que se halla colocada una custodia de plata en uno de sus repartimientos, en el otro un crucifijo de marfil con su cruz  embutida en carey con sus costaneras de plata, dos copones de plata que junto con la custodia, sus vidrieras y cubierta bordada dan realce al copón. En el camarín, una imagen de vestir de la virgen de la Concepción, titular de la Iglesia, con una medialuna de plata a los pies, una diadema de plata con trece piedras ordinarias, con peso de nueve onzas y su vestido de persiana, en campo blanco y manto azul de tafetán.

Por suerte tenemos otros datos sobre los retablos; el padre Verdaguer –nunca demasiado confiable en sus escritos- dice que había dos imágenes de bulto de vara y media de alto, una de la Inmaculada y otra de Santa Catalina, además de un San Agustín. En el crucero  había dos altares, uno dedicado a Cristo Crucificado y el otro a San José, habría otros dos retablos con altar en las naves laterales y varios lienzos traídos del Perú: una Vía Sacra, Nuestra Señora del Popolo, la Impresión de las Llagas, San Francisco, Santo Domingo, el Beato Solano, San Pedro y otros más.

En 1705 el matrimonio de Juan Núñez Pérez e Isabel Morales y Mercado donaron a la iglesia una imagen de Nuestra Señora del Carmen con un retablo dorado, vestidos y joyas que luego el general San Martín declararía como generala del ejército de los Andes y que luego dicha imagen sería de las pocas rescatadas de entre los escombros del templo. Hoy preside el altar mayor de la nueva iglesia franciscana.

La ocupación del terreno de San Francisco debió ser casi inminente por gente que ante la ruina de su casa aprovechó los terrenos vacantes en la huerta para levantar construcciones provisorias; recordemos que la mudanza a la nueva ciudad se inició después de varios años. No hemos podido averiguar aún cuando exactamente se autorizó esa invasión y si alguna vez lo fue, pero el terreno quedó tras 1861 en manos de la orden franciscana hasta 1906. En los papeles parecería ser que el gobierno intentaba darle usos habitacionales a terrenos de su propiedad y de los religiosos.

El traspaso del terreno no ocupado de la antigua iglesia jesuítica al municipio fue compleja y parte de un escándalo que tomó estado público: la falta de pago de impuestos por los franciscanos se había acumulado a lo largo de medio siglo por los cual se intentó sacar a remate el terreno. La población se opuso y los medios de comunicación apoyaron la campaña en especial el diario Los Andes, logrando que el gobierno provincial lo compre en $ 5000 y lo entregue libre de deudas a la  Municipalidad de la ciudad el 23 de noviembre de 1907. Pero ya quedaba poco de la manzana; estaba reducida casi a lo que es ahora.

Es interesante observar la manzana actual del conjunto jesuítico, ya que muestra que la distribución de solares fue hecha en forma arbitraria, siendo que ni hay lotes iguales ni el reparto se hizo siguiendo el patrón de lo preexistente: el Altar Mayor de la iglesia quedó bajo una casa pero en cambio se mantuvo buena parte del claustro dentro del terreno municipal. La ampliación de las calles fue también factor destructivo pos-terremoto ya que una nueva ley vino a establecer mayores anchos.
Allí se perdió la fachada lateral sobre la calle Beltrán y también los restos del frente del Colegio sobre Ituzaingó, los que se observan en las fotografías de 1880 y 1890.

Al parecer en 1907 se inició la primera obra de lo que hoy llamaríamos una puesta en valor del sitio, ahora asumido como hecho histórico. Más tarde, en 1915, nuevamente se haría otra intervención producto de las obras de paisajismo, parquización y jardinería introducidas en la ciudad con las ideas de Benito Carrasco, invitado para eso por el gobierno. Como parte del primer proyecto se arregló el terreno de San Francisco por ser el punto de entrada de la calle que unía la ciudad vieja con la Alameda –actual Beltrán-: se delimitó el sector con un murete bajo con alambrado encima –reemplazando la tapia que había tenido antes-, se hizo jardinería, bancos de madera y hierro, acomodo de escombro, se plantaron árboles y se controló el acceso a ese nuevo parque público.

En 1932 se construyó la enorme cruz de hormigón armado que aún se conserva en el pilar que está en pie del lado sur, al parecer con motivo del Congreso Eucarístico Internacional, y que si bien hoy sirve como soporte no era ese el objetivo inicial. En 1941 la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos lo designó como monumento histórico de la nación, dentro del proyecto de Ricardo Levene de proteger los edificios jesuíticos de todo el país; en ese momento se hicieron nuevas obras que son las que llegan hasta hoy. En 1982 se completaron los bloques de hormigón armado de los muros y se hicieron obras complementarias.


                             

                              

                             

                                        Vistas de las ruinas









La fuente o pila del siglo XIX


La pila o fuente que alguna vez estuvo en la antuga Plaza de Armas de la ciudad tuvo un trámite de construcción cuya secuencia documental puede seguirse, por ejemplo, en Actas Capitulares del Cabildo local como la de principios de 1810 donde se dice que "era conducente á veneficio (sic) dela obra publica quese tenia premeditada de una pila enla plaza de esta Ciudad". Su gestión y terminación se efectivizó en esos años, sobreviviendo su estructura al terremoto según testimonio de S. Estrada (1869): "en la plaza se conservan algunos tamarindos que la cercaban, i la pila de pomez que manaba en abundancia el agua del chayado."
D. Hudson dejó la siguiente descripción de 1852: "una fuente, que figura una columna, la que despide agua, que reciben tres tazas adheridas a la columna, cuya agua derramada, corre por caños subterráneos hacia el zanjón. Esta fuente o pila, fue construida con el objeto de dar a la población la rica agua del Challao, trayéndola desde sus manantiales, en dos leguas de distancia, por tubos subterráneos. Costó esta obra, tres mil pesos y fue ejecutada por arquitectos italianos. La columna es de grandes trozos de piedea pómez del país, labrada con arte. Las tazas son de cobre".
Después del terremoto de 1861, como tantas otras contrucciones y siginificados del que sería barrio "de las ruinas" o "del matadero" pasó al olvido y la acción humana y los avatares ambientales hicieron el resto. Se necesitó más de cien años para que el cucharín y picel del arqueólogo diera con sus restos, empujados por la conciencia comunitaria de la recuperación histórica.
Aunque su estado es ruinoso por los avatares del tiempo y la incidencia humana, puede seguirse bien tanto estas acciones como las fases de construcción. Del mismo modo, se hallaron fragmentos de piedra pómez que bien pueden representar partes de la aludida columna. Del cobre o bronce de sus tazas no hay evidencias. Si las hay, en cambio, de construcciones no señaladas, o no precisadas, en las descripciones escritas o figurativas que conocemos, como es la existencia de una pileta de ladrillos ubicada unos metros al sur de la fuente. Asimismo existe un zócalo o vereda de ladrillos en derredor de la pila propiamente dicha con caída hacia el vertedero y receptáculo externo, donde nuestros antepasados recogían el agua.
Hoy hay otra fuente en la superficie de la remodelada plaza y bajo ella, resguardados por una construcción, están a la vista las otras fuentes, la pileta, la vereda de acceso noreste y la sucesión de estratos de los perfiles de la excavación, al igual que los conductos de entrada y salida de agua (uno de ellos es el que se inicia en el Challao).
                    


                                             

museo del área fundacional


El 20 de febrero de 1993 se inauguró este museo que rescata la historia antigua y colonial de la ciudad de Mendoza, haciendo énfasis en la plaza fundacional de la ciudad y su desarrollo hasta nuestros días.
El museo está construido en lo que era el cabildo de la ciudad, destruido por el sismo de 1861.

El cabildo o ayuntamiento era la institución más representativa de las comunidades locales en lo que al gobierno español se refiere. Tal era su importancia y consideración, que la fundación y vida legal de una ciudad están íntimamente ligadas a su existencia, a tal punto que pudo constituirse Cabildo sin ciudad materializada, pero no ciudad sin Cabildo.
El edificio del cabildo mendocino no se construye hasta el siglo XVIII, surgiendo a partir de un decreto de 1749 que convoca el “llamado a licitación” para la construcción de la obra y ya en el plano de 1761 de la ciudad que no sólo confirma su existencia, sino también es el primer elemento que permite aseverar que el Cabildo ya se encuentra en la manzana que hoy se lo recuerda.
Las numerosas reparaciones que se registran en las últimas décadas del XVIII  y el sensible mejoramiento que en general registra la ciudad, presuponen que el cabildo de 1910 tienen un aspecto mejorado. Hecho que se confirma hacia 1818.
Producida la desaparición de la institución, en 1825, la construcción es destinada a funciones de policía y sede de la justicia, no eludiendo inclusive el uso de cárcel.
Que ocurrió después de 1861
El terremoto del 20 de marzo de 1861 destruye al edificio del Cabildo. El traslado, consecuencia de la reconstrucción de la ciudad, desdibuja todo propósito de restaurar aquel edificio. Por ello, con el tiempo el predio es ocupado primero para el Matadero Municipal (desde 1877 y hasta aproximadamente 1920) y luego para la Feria de la Capital (desde 1940).
                           
                       Reconstrucción aproximada a partir de las fuentes de distintos viajeros

                            

                                               Fachada principal del museo

                                              Salas del museo



                          

                            

Plaza Pedro Del Castillo

Esta plaza fue en 1562, la Plaza de Armas, fijado por jufré cuando el 20 de marzo de ese año trasladó la ciudad de Mendoza fundada el año anterior, y le dio el nombre de Resurrección, nombre que no prosperó. La Plaza de Armas, ya en 1810 será llamada popularmente Central. El cabildo dispone ese año construir en el centro de ella una pila de agua. Posteriormente, se llamará Independencia, de la Constitución, la Plaza Vieja (después de 1861) y Plaza del Matadero.
Por una resolución municipal del 15 de noviembre de 1912, siendo intendente municipal Agustín Vaquié se impone a la plaza el nombre de Pedro del Castillo.
En 1989 se empezaron las tareas de rescate y puesta en valor de la plaza y sus restos arqueológicos,  siendo remodelada enteramente en 1992 e inaugurada a comienzos de 1993



     La plaza antes del terremoto de 1861 según litografía de Göering (1858)


     La Plaza a finales de los años '80


     Durante las obras de restauración y puesta en valor


   Vista actual


    Vista hacia el oeste